[...] Matamos el rato primero en un parque y después en una esquina junto al puerto, a la entrada de un guetto en el que el capitalismo había pasado como un huracán. Mil fábricas abandonadas, gasolineras donde echarse un piti, talleres del extraperlo y una vía de tren por la que ya sólo circulaban jeringuillas. La heroína viene, el hombre se va [...]
[...] Y resultó ser un barco, rollito Titanic -pero sin historias de amor- en el que vi entrar al menos veinte trailers.
Flipamos al entrar. Tomás, Ana, Miriam y yo eramos la puta pretty woman al visitar la tienda de DolceGabanna de la mano del viril Richard Gere. No he visto esa peli. Llegamos a pensar que teníamos camarote a donde llevar a gente a follar y eso. Empezamos a preguntar a trajeados marineros sobre donde dormir y acabamos en una habitación con sillones rollo tren y una tele en la que ponían disturbios del Corralillo. Fui a echarme un piti y cuando volví encontré a Ana discutiendo con la puta Eva Braun, resulta que eramos clase D y que no teníamos derecho ni a cama, ni a silla, ni a taburete. Con una sonrisa nos mandó a la mierda o, si lo preferíamos, a dormir en el suelo, donde no se nos viera mucho, no fuera a ser que le abriéramos la compasión a algún burgués de clase A. Aquello no era un barco, era una metáfora de las clases sociales capaz de atravesar los mares. Nos impidieron el paso por el restaurante para obligarnos a ir por fuera, para llegar a la terraza junto con lxs demxs apestadxs. Tras mil pitis nos dimos cuenta de que nos habían empujado hasta el último dilema social del capitalismo: O aceptábamos recluirnos en el espacio delimitado para nosotrxs por aquellos adinerados y poderosos que ahora cenaban en los restaurantes de la zona baja del barco, o saltábamos por la borda. [...]
Siempre la misma canción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario