miércoles, 27 de abril de 2011

Caza de Brujas.

De 1324 es una acta inquisitorial que explica la creencia en escobas voladoras "Al revisar el desván de la dama se encontró un ungüento con el que se engrasaba un bastón, sobre el cual podía deambular y galopar a través de todos los obstáculos." En 1470, según otra diligencia inquisitorial, "las brujas confiesan que ciertas noches untan un palo para llegar a un determinado lugar, o bien se untan ellas mismas bajo los brazos y en otros lugares donde crece vello".

En una mujer, el otro lugar donde crece vello es el que está en contacto con una escoba al montarla. El palo se empleaba para frotar o insertar los untos en zonas que la modestia del inquisidor se resiste a decir, siendo una especie de consolador químicamente reforzado. Lo mismo sugiere una confesión extraída a dos mujeres hacia 1540, pues "conocieron muchas veces carnalmente al diablo en soledad; y preguntadas si habían conocido algún deleite notable en su acceso respondieron constantemente que no, y esto a causa de la incomparable frialdad que sentían en las partes diablólicas".

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Las drogas de las brujas delatan lo prohibido por excelencia, que es un deseo de abrazar el más acá, opuesto al fervor por el más allá.


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Imbéciles para el siglo XVIII, caníbales infanticidas para los siglos previos, las brujas y su mundo desaparecen. Desde 1700 apenas hay en Europa o América una sola causa contra ellas, y los escasos intentos por incoar alguna son desaconsejados por la jerarquía eclesiástica como cosa "contraproducente". En realidad, no se trata de que las fuerzas demoníacas hayan muerto, sino de que ya no conspiran produciendo lujuriosas ebriedades en el pueblo: ahora gastan más bien reivindicaciones políticas.

Historia elemental de las drogas
Antonio Escohotado

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