lunes, 28 de febrero de 2011

La ciudad provée.

Es una teoría que, si bien nace de una readaptación del axioma filosófico esencial de Balú, el oso del Libro de la Selva, tuvo su mayor auge una Noche en Blanco cuando, hambriento y desolado, me encontré en Avenida de América, tiradas junto a un banco, una bolsa de patatas y dos natillas. Mi acompañante en ese momento, Lydia -aún amiga, pero actualmente captada por redes de modernismo organizado- tras recriminar mi actitud y calificarla de 'hippismo piojoso' puso en evidencia el gran error que restaba valor a mi grato descubrimiento; no tenía cuchara. 'La ciudad provée' dije, y trás una rápida mirada a mi alrededor encontré una cuchara de metal abandonada junto a un arbusto. Comí, y así bajé el pedo. Tú verás hasta que punto te crees un recuerdo de algo que me pasó hace más de tres años, una noche de borrachera. Pero sin lugar a dudas, el objeto más valioso del que te puedes abastecer en las ciudades son los carros del mercadona. Yo conseguí este valioso fruto urbano hace ya varios años, y desde entonces puedo retrasar asombrosamente el momento de sacar la basura, llegando a acumular hasta una docena de bolsas en mi garage. Todo esto viene de que acabo de sacar ahora mismo la enorme caja de cartón del Roscón de Reyes; contar toda esta mierda se me ha ocurrido por el camino.

1 comentario:

  1. Yo me aventuraría a decir que lo del temita cuchara lo escuchara es una aventura con la que me has premiado en numerosos veces, utilizando para ello grandes dósis de detallismo épica y una hermosísima moraleja final.

    Lo que me recuerda la anécdota del cubata abandonado en mitad de la calle al que sin pensárnoslo le dimos uso. La ciudad provée, y yo me pasé el resto de la noche potándola.

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