La contracultura impregna mensajes, emblemas y lucha de clases. ¿Qué queda cuando descodificamos nuestra herencia cultural?.
El sonriente Rufus Walls, flamante representante black panther de
su sección de Illinois, se creía un tipo listo, o al menos eso parecía
cuando, ante la muchedumbre que abarrotaba el Coliseum de Chicagono dudó en reconocer que estaba a favor del “pussy power”(pussy quiere decir “gatita” y es también el equivalente de “chochito”). Lo dijo así, con soltura y sonriendo.
Entre
los asistentes, activistas de una enorme organización llamada
Estudiantes por una Sociedad Democrática –entonces a punto de
implosionar en distintas facciones y tomar el camino de la violencia
política–, muy pocos fueron los que escucharon con claridad el
comentario: no era posible haber escuchado aquello. Las feministas reclamaron su piel arrancada a tiras. Walls hablaba al estilo black panther: las
frases salían imparables, arrastrando cada sílaba, y las ideas brotaban
como por arte de magia. También, por supuesto, existía algo de complejo
entre los activistas blancos, un sentimiento de inferioridad y
retribución entre quienes habían tirado de la militancia negra para
rodearse de un halo de irreductibilidad. Pero todo aquello se desmoronó
cuando aquella frase, abrupta y pronunciada a la velocidad de un rayo,
salió disparada hacia el auditorio.
En un primer momento, el comentario penetró tímidamente, pero luego estallaron los reproches. Un
reportero que cubría el evento –de los que habían logrado acreditación
al haberse prohibido la entrada a la “prensa burguesa”– calificó la
reacción del auditorio como un auténtico “pandemonium”. Walls, en el
papel del general Custer, acababa de ver la silueta de cientos de indios
en lo alto de una montaña. La emboscada perfecta.
Las
feministas lograron hacerse escuchar y Walls, incrédulo, no tuvo más
remedio que escuchar sus alegatos. Sin embargo, lejos de apaciguar los
ánimos, Walls respondió afirmando que “Superman fue un frustrado porque nunca pudo follarse a Lois Lane”. Una vez caliente, la máquina semántica negra resultaba arrolladora. Un colega suyo, Jewel Cook, también black panther y
seguramente también herido en su masculinidad, tomó el relevo y se sacó
de la chistera una frase que atribuyó al revolucionario Stokeley
Carmichael, quien al ser preguntado acerca de la posición que ocupaba la
mujer negra en el movimiento revolucionario respondió que “boca
arriba”.
La montaña cayó sobre nuestro hombre. Y Custer fue cazado y despedazado.
El negro mordía el polvo. Las feministas ardían bajo el lema “burn baby burn”. Fue
hace tiempo, en 1969, pero los ecos aún retumban en las calles de esas
ciudades que, cada cierto tiempo, parecen derrumbarse en conatos de
protesta y revuelta.
Cada
cierto tiempo suelo asistir al espectáculo de los imitadores de gente
como Walls, pero como casi siempre sucede los fans suelen ser peores que
sus ídolos, tomando de éstos sus aspectos más histriónicos y rentables.
También he de admitir queresulta todavía más frecuente encontrarse a un Walls oculto en cada hombre pretendidamente sensible con este tipo de cuestiones, lo
que es todavía peor. Walls, las feministas y hasta Superman y Lois Lane
nos sirven para recordarnos que entonces la lucha era por el dominio
del lenguaje. Y quizás lo siga siendo. En el caso que nos ocupa, al
deconstruir el lenguaje del poder (¡lo negro era hermoso!), éste
adquiría el significado de una revancha ante la ominosa situación que
vivía la comunidad negra.
A
finales de los ‘60, todos los movimientos, grupos y organizaciones
radicales de EE UU y de buena parte de Inglaterra tomaron al negro como
la figura más irreductible; su lucha se situaba en una vanguardia
inalcanzable. El negro y lo negro, como paradigma del último salvaje,
era algo loable y hermoso. Lo de Walls no fue un ejemplo aislado y fueron frecuentes las actitudes machistas y paternales por parte de la militancia masculina. No
resultaba una operación sencilla desmitificar al negro como portador de
una rebelión que no llegaba o, cuanto menos, que contaba con pocos
voluntarios para llevarla a cabo. Aquel mito se mantuvo durante años,
aunque las feministas –el último movimiento político en el que creyó el
filósofo Herbert Marcuse– siguieron denunciando el machismo de los
“defensores” del “pussy power”.
Todo
esto responde a un mismo mecanismo en las relaciones que se establecen
entre la cultura hegemónica y la subcultura. La cultura popular está
generalmente construida a base de un collage formado por citas, imágenes y emblemas muchas veces imprecisos. Walls, en este caso, nos sirve para avanzar en el tiempo. Su torpeza, al fin y al cabo, contribuyó a crear nuevas citas, imágenes y emblemas.Pero para ello fue necesario que el periodista Tom Wolfe asociase a los panteras con el radicalismo chic.
El negro era pop
Cinco
años después del evento en el Coliseum, en 1974, Malcom McLaren y
Viviene Westwood difundieron, por vez primera, un manifiesto político en
forma de camiseta. Lo llamaron Un día te levantarás y sabrás en qué lado de la cama estás. Un
enorme listado de nombres de cantantes, activistas, actores, políticos y
revistas se dividía en un sinfín de “amores” y “odios”.
Existía
una delgada línea entre el radicalismo chic de Wolfe y la sociología de
la desviación convertida en negocio de McLaren y Westwood. Ambos eran
productos de la vulgarización y del acceso a la cultura popular por
parte de la rebelión sesentayochista y lo que de ella surgió. Era la
época de los comunicados de los numerosos grupos armados que
aterrorizaban al mundo, en especial EE UU, Japón y Europa, pero lo
que demostró este hecho fue, entre otras cosas, que la rebelión podía
resultar rentable y que las subculturas emergentes podían jugar con la
violencia política.
Nadie salía “herido”.
Nada se tambaleaba.
La
camiseta-manifiesto se vendió entre cientos de jóvenes punks. Entre
toda aquella multitud de nombres “bendecidos” figuraba el de Point Blank!, un pequeño aunque activo colectivo que funcionó entre 1971 y 1973 y
que tuvo su base en San Francisco, donde produjo una multitud de
panfletos. Universidades como la de Santa Cruz, en California, se
publicitaban como la cuna de los ideales progresistas tras el paso de la
contracultura y el movimiento hippie. Santa Cruz explotaba la mitología
de la lucha estudiantil de lugares como Berkeley y, por esta razón,
cuando un grupo formado por tres o cuatro personas –futuros miembros de
Point Blank!– decidió desplegar todo tipo de tácticas de agitación
dentro de la universidad, fueron considerados como una célula
anarquista, un grupo de enragés y bichos raros.
El
grupo siguió la estela de los situacionistas, convertidos ya en un
fenómeno de imitación, a pesar de la resistencia a la recuperación por
parte del propio Guy Debord. No fueron los únicos. California fue
colonizada por una gran cantidad de grupos, la mayoría minúsculos,
herederos del discurso situacionista. Lo primero que hicieron fue hacer
circular un panfleto que reproducía fragmentos del texto situacionista Sobre la miseria del medio estudiantil. Luego publicaron un pequeño periódico llamado Black Flag Bulletin, donde criticaban duramente a los estudiantes y a la misma izquierda, al que le seguirían otros panfletos como Todos los estudiantes son yonquis. Todos losprofesores son policías.
Completamente aislados en el seno de la universidad y en medio de la descomposición de la nueva izquierda, aquellos amigos decidieron constituirse en un grupo ácrata de inspiración netamente situacionista al que llamaron Point Blank!, un
nombre que posiblemente tomasen de la genial película dirigida por John
Boorman en 1967. En la época en que salía a la calle la célebre
camiseta-manifiesto, Point Blank! desapareció como grupo, aunque sus
miembros inauguraron nuevos proyectos que continuaron la labor
emprendida. Fue en este punto cuando su discurso se volviómás criminal y
salvaje, influenciando aMcLaren (que conocía el grupo gracias a su
amigo Jamie Reid) y a los futuros punks.
Tras publicar los pósters que ilustran estas páginas, editaron un panfleto bajo el título de Viaje espacial: una guía oficial para los conductores de San Francisco, en
forma de carta falsa firmada por todos los directores de los
transportes públicos de la ciudad y dirigida a los conductores de
autobuses. “No vamos a ningún sitio, sino de la casa al trabajo”,
afirmaba el texto. Según la falsa guía, gracias al frecuente vandalismo
se desenmascaraba la alienación del hombre moderno en las ciudades
modernas. El texto incluía los dibujos de varios autobuses a los que les habían sustituido los destinos por las palabras “Aburrimiento” y “Ningún lugar”.
La
segunda camiseta-manifiesto producida por McLaren y Westwood fue la
conocida como “Anarchy Shirt” (1976). Distintas frases e imágenes se
repartían por la superficie de la camiseta, que llevaba impresa en
stencil una frase que decía lo siguiente: “Sólo los anarquistas son
hermosos”. También
incluía una imagen de Marx y referencias a Black Hand Gang, un nombre
que McLaren tomó de la célebre banda anarquista de Andalucía de finales
del siglo XIX,así como de un efímero grupúsculo, que tomó aquel nombre, vinculado a King Mob y surgido en torno a 1968/1969.
Varios años antes, en 1971, Point Blank! publicó un cómic desviado al estilo situacionista titulado Las dialécticas de la sexualidad, obra
de Chris Wink, uno de sus más activos militantes, quien tiempo después
alcanzó cierta fama como el tercer componente del grupo de performance
Blue Man Group (aún en activo). El cómic original era un ejemplo de
literatura para adolescentes, pero al desviar los diálogos el tebeo
adquiría otro sentido totalmente distinto. El
resultado era una pieza feminista que, haciendo uso de una brillante
ironía, atacaba la hipocresía de revolucionarios como Walls y tantos
otros. “El amor no es posible en esta sociedad (…). Lo que
quieren todos los hombres es tu cuerpo”, decía uno de los personajes.
“Decir que el amor no es posible es contrarrevolucionario”, le
contestaba una segunda chica, que añadía que “todos los revolucionarios
son hermosos”. McLaren hizo uso de aquella frase, pero desviándola hacia
otros fines; cambió el “todos” por el “sólo” y la mención genérica a
“los revolucionarios” se convertía en únicamente “los anarquistas”:
“Sólo los anarquistas son hermosos”.
Justo al final, a modo de advertencia, el cómic afirmaba lo siguiente:“Recuerda,
hermana, no permitas que tus jefes, policías, curas, profesores o
militantes te jodan. Haz el amor con revolucionarios”.
Nada más y nada menos.
Sólo lxs anarquistas son hermosxs.
Servando Rocha
No hay comentarios:
Publicar un comentario