viernes, 14 de octubre de 2011

El gimnasio es como una pequeña familia. Una pequeña familia formada por mucha más gente que una familia al uso, usease, que es como una familia del Opus. Podríamos decir que es una familia en la que te enseñan a pegar a la gente como si no existiera Código Penal, como si hubiese sido derogado; aunque yo de momento estoy en la etapa de recibir como si no tuviese órganos vitales, como si los hubiese donado. El caso es que como toda familia, el gimnasio tiene su propio lenguaje, sus expresiones y significados conformados por el grupo en si. De ahí que se ve que ayer estábamos corriendo y el maestro debió gritar algo así como "buscaros pareja" y yo pues no le escuché. No le escuché porque estaba más preocupado por intentar que mis constantes vitales no pasasen de ritmo hard-rock a combat-ska, por no toser un pulmón y por autoconcienciarme de que el Zen es el fin, y dejar de fumar el camino. El caso, que seguí corriendo sólo y en mi parra, hasta que el maestro gritó de nuevo "¿Quién no tiene novia todavía?" y yo, que esta vez si le había escuchado, con una lágrima recorriendo mi pómulo y haciendo carreras con las otras treinta gotas de sudor que compartían mi cara, realmente embriagado por la soledad que ahora arrastro y siempre arrastraré, grité "YOOOO". En ese momento se me acercó un compañero, sudado como yo, y me dijo "Yo me pongo contigo". Le miré extrañado, miré al resto de la gente corriendo emparejada y comprendí. Comprendí que en ningún momento había sido preguntado por mi estado civil, ni mucho menos, y aunque ya era tarde pues ya había respondido a grito pelao, me sentí un poco más integrado en esa gran familia al comprenderles. Luego el compi me dio un codazo que me dejó temblando y me pregunto que si estaba bien, a lo que yo respondí un sí que significaba de todo menos sí.

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