miércoles, 31 de agosto de 2011


Sin ánimo de alimentar mi ego ni de entusiasmar a las masas, creo pertinente reflejar aquí uno de los mayores logros de los movimientos sociales denominados de "izquierda" en nuestro país en lo que llevamos de siglo. Logro que, y esto es totalmente secundario, tuvo en mi persona su principal impulsor, y en este momento, su primer reflejo en la prensa escrita.

La actual "izquierda" institucional es incapaz de acercarse a los niveles más básicos de la sociedad, al pueblo, y desde hace ya tiempo únicamente se nutre de lxs trepas e interesadxs que nacen de los movimientos de base y luchas parciales como las movilizaciones estudiantiles o las esporádicas huelgas en determinados servicios. La "izquierda" se autocompadece con frases como "resistimos" o "somos los mismos de siempre", a la par que ya apenas puede atisbar media sonrisa cuando consigue venderle a un joven aún imberbe una camiseta del Che Guevara. Ya apenas nadie se tatúa a Stalin. Pero todo eso cambió durante unos minutos en las fiestas de un pequeño pueblo de la Ribagorza, en las que conseguí conjugar en mi persona toda la fuerza de la propaganda y la creatividad de la acción directa, y proyectarla sobre el futuro más inmediato de la sociedad. Esto es, lxs niñxs.

Auspiciado por esas latas de cerveza de medio litro que te bebes como si fueran latas normales hasta que llevas seis y comienzas a hablar en cuántico, y por la inestimable ayuda de Lucenzo y del Rey -del Rey campechano este que se está muriendo no, del Rey del Reggaeton, Don Omar- conseguí el milagro.
Hacía apenas una semana que conocía la Danza Kuduro y, aunque había experimentado su potencial lúdico -y lúbrico-, aún no conocía su poder revolucionario.

De pronto, me vi rodeado de toda la chobenalla de mi pueblo, niñas y niños que a duras penas alcanzaban las dos cifras o el metro veinte, que bailaban descompasados, en una danza torpe y anárquica canciones que no les eran propias, melodías que reventaron las discotecas de sus padres y abuelos pero que ellxs eran incapaces de sentir. La Danza Kuduro era distinta, la sentían suya, casi como el Waka-Waka, pero con una ventaja frente a ésta. El Waka-Waka venía con una coreografía impuesta desde el videoclip y altamente cargada de componentes religiosos -el paso principal y más reconocido es el rezo del Rosario- y cocaína estupendamente cortada. En cambio, la Danza Kuduro solo daba unas pautas muy básicas, unas coordenadas sobre las que desarrollar el baile, y todo lo demás era libertad -y libertinaje-. Ahí entré yo. Convencí a una veintena de crías y críos -quizás menos- de que a la orden de "la mano arriba" había que levantar el puño izquierdo a la altura de la frente. Asintieron, creo recordar, y al escuchar el estribillo de boca de Don Omar detrás mía se formó un pequeño ejercito rojo de menores que, henchidos de orgullo, habían sacado pecho adoptando una postura cuasi militar, mirando a la orquesta con el puño en alto. La cara de la cantante fue un poéma, y no de Miguel Hernández.

Lástima que el "cintura sóla, da media vuelta, ¡danza kuduro!" devolviera a mis pequeños soviets a una realidad festiva y disolviera mi fugaz ejercito, poniendo en evidencia la fragilidad de mi discurso, discurso apoyado en pilares desgastados por el tiempo y roídos por las ratas de la historia, que ya no es capaz de penetrar siquiera en las mentes que, en otro momento, asimilarían gustosas una sociedad formada por esponjas amarillas y estrellas de mar rosas que venden su fuerza de trabajo a un insecto que, valiéndose de la plusvalía que de ellos obtiene, pretende dominar el mundo.


Pues esta gracia, con los soldaditos griegos que por no poder no pueden ni pestañear, casi nos cuesta un tiro del otro soldado, del que por poder, te puede inflar a palos. "Don´t do that!" gritó. Ergo, me fui. Corriendo, se entiende.



P.d: Don Omar feat Spud de Trainspotting. Pero qué mierda es esto. Vestido de gangsta no se baila pachanga colega.

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