miércoles, 17 de noviembre de 2010

Cuando sales de una intervención quirúrjica y abandonas el aséptico y colorido ambiente del quirófano, a la entrada de tu sobria habitación verás a muchos familiares y seres queridos, la gente a la que más quieres. Te darán ánimos, bromearán un poco y te invitarán a salir de farra cuanto antes pero, creeme, nadie te dirá lo que te pasará cuando termines de mear toda la anestesía. No sé si no lo hacen por prescripción médica o es una simple tradición social heredada de padres a hijos, pero, estas noches, cada vez que tuerzo hacia atrás el cuello y cierro los ojos para tomarme los antiinflamatorios como haría Kurt Kobain con los antidepresivos o Falete con los terrones de azucar, sus sonrisas se clavan en mi mente como el cuchillo de Judas. Es bromita, les quiero. Pero como duele.

Y tú, cabrón, seguro que a ti no te quitaban huesos ni te ponías hasta el culo de tequila durante tus conciertos...



Feo y ortera.

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